viernes, 10 de julio de 2009

Cejas


Casi no puedo tragar de tanto gritar y llorar. No sé qué hacer, estoy muy asustada. No tengo a dónde ir, creo que olvidé lo básico desde que estoy con él. No hablo, no manejo, no cocino, no compro, no camino, no decido, no hago nada, no soy nada tampoco, bueno, sí, soy una imbécil, una nula, una idiota, ¿por qué a mí, maldita sea? De todos los coños de madre que hay en el universo me tocó el peor.
Anoche creí, de estúpida, que las cosas mejoraban porque José Carlos llegó temprano, contento, me dijo que me vistiera, que íbamos a cenar. No me atreví a preguntarle nada para que no se me pusiera bravo, pensé en qué ponerme y cuando vi los trapos de siempre guindando en el closet y me di cuenta de que no tengo un coño, sentí que el rostro se me descolgó. Me dieron ganas de salir corriendo, pero guapeé, me pinté los cachetes y la boca con la única pintura de labios que tengo, me perfumé con el ambientador de cocina, esa vaina me picó, me ardió cuando me lo rocié encima , me acomodé el pelo con un poquito de espuma de afeitar que mezclé con agua como si fuera gomina y me di la forma con el cepillo usando el ventilador porque no tengo pistola. Cuando me monto en el carro, va José Carlos y me dice que Lucre y Salva también vienen. Me pareció raro porque pasé la tarde en casa de Lucre y no me comentó que había planes, y eso que estuvimos hablando horas. Ya en el restaurante y después de la segunda cocacola me dieron ganas de ir al pipi room. Me levanto para ir al baño, Lucre dice que me acompaña y José Carlos salta como un resorte, me agarra del brazo durísimo, me dice que no me mueva, que no voy a ninguna parte, me sienta de golpe en la silla y dice delante de todos "tenemos que hablar". Salva le reclama, Lucre me abraza dos segundos y luego dice algo así como (no recuerdo exactamente) "es verdad, los cuatro tenemos que hablar". Lucre abrió la boca y Salva y yo nos quedamos noqueados con lo que comenzamos a escuchar. Nos sueltan, así, como si nada, que son amantes. Lucre y Jose Carlos, mi mejor amiga y mi esposo, tienen una historia hace ocho meses y organizaron la cena porque nos lo querían contar ellos mismos. No porque pensaran mandarnos a la mierda ni porque pensaran terminar su idilio, sino porque había mucha confianza entre los cuatro y se sentían culpables si no nos lo contaban, no querían que nos enterasemos por otras personas, querían seguir juntos, pero sin sentir que nos traicionaban. O sea, pregunté, ¿me estás pidiendo permiso para tirar con mi amiga?, y el muy hijo de puta me dijo que sí, que más o menos. Salva, incrédulo, dijo, claro, ellos no quieren que la gente nos vea como los pobrecitos traicionados, quieren que la gente nos vea como un par de cabrones, como unos alcahuetas, como unos santos cachones. Yo sentí que me moría, los veía a los tres comiendo como si nada, no sé como podían tragar, tuve que disimular porque José Carlos me estaba vigilando, no recuerdo quien pagó la cuenta, ni cómo fue el regreso a casa, sólo sé que no he parado de llorar en toda la noche.
Esta mañana, cuando vi la hinchazón de mis ojos, me sentí peor. Agarré la afeitadora y me rasuré las cejas. Estoy sin cejas.

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